La escena es esta: Tubilla del Agua, 17 de Agosto, día de San Roquillo. Las fiestas de San Roque han terminado ya, todos los forasteros se han ido ya del pueblo y la casa de mis bisabuelos se ha quedado vacía ya, al haber marchado mis primos - sólo quedamos mis abuelos, mis tíos, mi hermano y yo. Y ya no hay nada que hacer. A pesar de que queda más de un mes para que comiencen de nuevo las clases, tiene uno la sensación de estar en los minutos de la basura del verano.
Lo mejor (fiestas de los pueblos, ir a la playa, mi cumpleaños) ha pasado ya. Ahora sólo queda un aburrimiento mortal. Y el joven Miguelín está sentado en el banco de la puerta sin más pasatiempo que contar los camiones y coches que pasan por la carretera de Santander.
Esa es la sensación que tengo ahora. Mi padre acaba de fallecer hace tan sólo 3 días, el último de mis abuelos nos dejó hace 14 meses y yo me he hecho mayor (¿viejo?) sin darme apenas cuenta. Y me levanto hoy, con mis 37 años camino de 38 sin tener la más mínima idea de por qué estamos aquí - y lo que es peor: el temor de haber estado perdiendo el tiempo hasta ahora, al no haber sabido valorar lo que tenía en aquellos años. Tenía a mis padres, a mis abuelos. Tenía toda la vida por delante y sin ninguna preocupación. Igual que aquel día en Tubilla en aquel verano más viejo que Adán, me temo que los mejores días han pasado ya y que a partir de ahora todo será decaer.
"La patria del ser humano es su infancia"
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